Basado en hechos reales: Lo que me gusta en la cama

viernes, junio 22, 2018

Estaba escribiendo la última frase cuando recibí un comentario de una mujer insultándome. Le parecía mal que hablara abiertamente de la sexualidad. Querida: si no querías caldo, aquí tienes dos tazas... La verdad es que perdí mi virginidad, relativamente tarde. Desde pequeña tenía claro que aquello, debía ser algo especial y que lo compartiría con el amor de mi vida. Y así fue. No me valía cualquiera y en cualquier circunstancia, quería que hubiese sentimientos de por medio. No quería que la curiosidad matara al gato. Por mucho que yo hubiera sido siempre muy curiosa.

Ilustración de Maria Uve

Pasé mucho tiempo de mi vida anclada a esa idea de que el sexo y el amor siempre tenían que ir de la mano. No entendía que se pudiera disfrutar sin que mediaran sentimientos de por medio. Para mí el sexo era tan solo una parte más del amor, nunca lo contemplé como algo aislado. Y durante mucho tiempo viví inmersa en unos estandartes sociales de los cuáles no veía lícito moverme. Las fantasías en mi cabeza, las desplumaba con disparos a quemarropa. Estaba totalmente prohibido sentirme llamada por lo todo lo que no estaba socialmente aceptado. Lo aceptado era a, b y c. Y a mí realmente me apetecía saber cómo era el resto del abecedario. 

Cuando mis amigas hablaban de lo que les gustaba en la cama, yo me sentía un bicho raro. Mi mente iba a años luz de aquellos ideales. Ni mejor ni peor, pensaba. Salvo si tenía que ser juzgada por los demás. En ese caso, debería ir a la hoguera. Aun así, nunca me vi en la necesidad de estar con muchos hombres. EL 99% no me atraían y yo solo creía (y sigo creyendo) en las conexiones. Con eso, me valía. Ese rayo que te atraviesa las arterias cuando tienes delante alguien que te atrae. Me bastaba eso.

Estuve moralmente casada mucho tiempo. Había amor del de las películas, ese que te hace vomitar mariposas y llevar corazones pintados en las pupilas. Yo disfrutaba como estaba bien visto disfrutar. No había que pasarse de la raya. Y así es como yo mantenía mi mente, a raya. Pero las cosas se acaban y yo volé. Volé a un nido del que no quería salir y cerré las compuertas para que nadie pudiera entrar. Acabé el amor y empecé el luto. Pero de repente alguien llegue y te pinta el luto de colores. Sabes que ahí no hay amor, ni manera posible de que lo haya. Pero hace ahora cuatro años, conocí a la persona que me enseñó lo que realmente me gustaba. Se me cruzó en mi vida un huracán al que bautizamos como Grey y yo debía decidir, por primera vez, si era lícito disfrutar tan solo habiendo una atracción de película. Me costó, me costó porque vivimos anclados a normas sociales y al qué dirán. Nos importa más lo que piense de nosotros el de al lado que lo que pensamos de nosotros, nosotros mismos. Por eso nos da miedo quedarnos a solas con nuestra mente, porque nos obliga a escuchar y eso nos aterroriza. Me pasé meses frenando en seco por miedo a que todo lo que tenía dentro me hiciera explotar en cachitos ínfimos de piel. Pero a lo lejos veía el precipicio y el impulso de tirarme me comía por dentro.  

Y me tiré. Y fue con la primera persona que me dejé llevar. Vivimos reprimidos con la absurda idea de que el placer es algo de lo que avergonzarse. Ya lo decía John Lennon: "Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día". No disfrutamos de nuestro cuerpo porque nos avergonzamos de él. No decimos lo que nos gusta en la cama porque nos avergonzamos, porque nos da miedo lo que piense la persona que tenemos delante, porque nos da miedo lo que piensen los demás. No decimos lo que nos apetece porque nos da miedo lo que opinen los demás. Vivimos nuestra sexualidad anclados al pasado sin ser capaces de ser libres. La mujer que ayer me insultaba no veía bien que yo abogara por la libertad de las personas. Y mucho menos, por la de las mujeres. Porque hay personas que siguen pensando que las mujeres debemos estar sometidas a la voluntad de los demás. Cuando a la única voluntad que debemos estar sometidas es a la nuestra. Eso es lo que Grey me enseñó. Me enseñó que la curiosidad no mata al gato y que el cuerpo, como dice mi madre, está para darle placer no para hacerle daño. Demasiado tiempo me costó entender esto, pero las personas se cruzan en tu vida por una razón. Me enseñó que lo que me gusta no es mejor ni peor, es mío. Y me prometió que sabría diferenciar las personas que disfrutarían con ello. Me prometió que aprendería a disfrutar de mi cuerpo sin que me cayera el peso de conciencias externas sobre mí. Me prometió que habría gente a la que electrizaría cuando me tuvieran delante y yo me mordiera el labio. Me prometió que seríamos libres y que eso nos haría ser felices. Me prometió que cada persona es un mundo y que las camas son un lienzo en blanco, me prometió que solo si yo llegaba a quererme, los demás podrían hacerlo. 

Mis pensamientos son míos.
Mis ganas son mías. 
Mi cuerpo es mío.
Salvo si te tengo delante.
Porque en ese momento sé,
que he perdido la guerra. 
#LoQueMeGustaEnLaCama

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